Ávila, 9 de julio de 2005
Es un ejercicio que deberíamos hacer con mas frecuencia, para intentar comprender que piensa o que le pasa al otro, al vecino o al que está mas allá, cuando nos extraña su comportamiento, no para identificarnos con él, y tampoco para aceptar su pensamiento o acción concreta, sino para que mediante un honrado acto intelectual, contrastar nuestro propio saber y creencia, porque ademas de enriquecernos, acaso nos haga rectificar o por el contrario asentar mas firmemente nuestros principios.
Este postulado que es extensible a cualquier acción humana, y mira que hay temas actuales para hacerlo, yo solo lo voy a centrar en mi tema monográfico: el presbiterio de la catedral de Ávila.
Primera hipótesis: Soy un turista, con mi culturita media, que estoy en Ávila y voy a visitar la catedral en grupo y con un guía que nos va contando su historia, sus valores artísticos, el claustro, y en un momento determinado nos sentamos frente al retablo de Pedro Berruguete en la Capilla mayor pues la explicación así lo exige. Mi atención esta concentrada en el retablo, al que sigo en cada una de sus tablas; levanto la vista y veo unas preciosas bóvedas, sobre las que el guía nos da una ligera explicación constructiva, así como de la girola que veremos después. Veo unas buenas rejas de bronce, y un presbiterio preparado para el culto que parece ser ha tenido una reforma reciente. Pero mi interés esta en el retablo, en las vidrieras, y en las bóvedas con esa piedra tan rara. Lo demás, ni fu ni fa. Dicen que hay unas lápidas de obispos enterrados allí, pero la verdad, me da igual y no me interesan nada.
Segunda hipótesis: Soy un historiador, y además amante de todo lo abulense. Veo que se hacen cosas en Ávila que no me gustan, y a veces se lo digo a los periodistas y a mis alumnos, pues creo que es mi obligación. El Obispo ha decidido hacer reformas en la capilla mayor de la catedral, ha suprimido la vía sacra, y ha tapado el suelo original con lápidas de obispos, el que yo conocía como histórico, con otro pavimento. Creo que la “atmósfera” que se respiraba en aquel ámbito ha desaparecido. Tal es mi indignación que se lo cuento a otras personas, entre ellas a miembros de Academias, de la Historia y de Bellas Artes, para que con su poder se opongan a tales acciones, recogiendo mi denuncia y para que se llegue hasta donde haga falta, hasta pleitear con el Obispo y el Cabildo, y todos los que han autorizado estas obras. Van a saber quien soy yo frente a este Obispo que hace lo que le da la gana, y a mí ni me escucha.
Tercera hipótesis: Soy el Obispo (en broma y como inciso, este periódico ya me hizo obispo) y veo que hay que solucionar ya, la provisionalidad de treinta años, del presbiterio de la catedral, según la normativa del Concilio Vaticano II, teniendo muy en cuenta las características, niveles y dimensiones de esta Capilla. Hago una propuesta razonada a la Administración para mover las lápidas, que no es aceptada; mi segunda propuesta de protección de las mismas, es denunciada y me obligan a su derribo. Pido solución a una comisión de cuatro expertos imparciales con el fin de proteger lo que me dicen; la Administración la aprueba y me congratulo de ello. Encargo a artistas reconocidos que me diseñen altar, sede y ambón, en sustitución de aquellos muebles provisionales. Me han denunciado, y me entristece; actúa de litigante la Real Academia de la Historia, y yo defenderé mi acción donde haga falta, aunque sea muy lejos. Siento que me trasladen, pero mis sucesores sabrán continuar con argumentos sólidos este proceso.
Y yo ¿Qué pienso? Que al visitante no le importa si allí hay lápidas ni de quienes sean, pues ha visto miles iguales, y no afecta a su visita. Que el historiador se ha excedido en su celo abulense mezclando cierta desafección personal, que ha podido enconar su lucha en este tema, con la colaboración de algún académico, llevando la denuncia a una Academia de la Historia, que se ha pasado de largo en este minitema incrementado y discutible, obviando otros mas importantes nacionales de los que muchísimos están indignados. Que el Obispo, con un elevado grado cultural, hizo lo que creía, podía y debía hacerse sin dañar al Patrimonio. Que el tribunal de justicia, interpretando una ley civil, es decir laica, en el que ha pesado la Academia con su informe, y con visión sui generis de la liturgia, da una solución que puede terminar haciendo de este presbiterio un caos.
Conclusión: mejor es no meneallo.
martes, 27 de noviembre de 2007
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