jueves, 15 de noviembre de 2007

EL OMBLIGO

14-septiembre-2007


Cuando el humor es gracia fina, y no chistes gruesos que provocan acaso la risotada, tan común en los cuentachistes de hoy, un genial humorista de La Codorniz, Álvaro de Laiglesia, escritor proscrito por haber pertenecido al régimen anterior, lo que no perdonan algunos políticos actuales, cuando el ingenio y la ironía salvaba todas las censuras porque no había manera de demostrar nada; así, como ejemplo, se atribuía a Álvaro de Laiglesia aquel parte metereologico según se explicaban entonces, que decía: reina en España un fresco general procedente de Galicia, y los lectores sacaban de ahí su segunda intención. Los títulos de sus libros ya tenían gracia, como “En el cielo no hay almejas”, “Dios le ampare, imbécil”, “Un náufrago en la sopa”, “¡que bien huelen las señoras! o “Todos los ombligos son redondos”. Murió en agosto de 1981, y con él gran parte del humor absurdo e inteligente, que fuera de España también lo practicaban otros en el teatro y en el cine, como el genial Groucho Marx, muerto también un mes de agosto hace treinta años, cuya forma de humor tal vez a los mas jóvenes no les diga nada, pero que estaba lleno de frases ingeniosas, de las que me quedo con una, tal vez porque me solidarice con él: “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnostico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Hoy casi todas las jovencitas enseñan el ombligo, porque la cubrición superior es mas cortita y los pantalones o faldas, mas caídos, dejando al descubierto esa zona central del cuerpo donde se ubica el ombligo; y es que en nuestra cultura actual occidental ha sido considerado como un estimulo visual erótico, ya que no se ve ningún otro fin, y esta exhibición es de lo mas inocente, salvo para aquellos que hasta una escoba les produce excitación.
Pero mirar el ombligo no es mirarse el ombligo, que se refiere al ombligo de uno mismo, es decir la autocomplacencia, el egocentrismo y a veces hasta narcisismo. Y ¿qué tiene de particular esa cicatriz, resto del cordón umbilical que nos unía a la madre hasta el nacimiento? Cuando ha desaparecido este, se queda una ligera depresión en la piel, un hoyito, que en tiempos lejanos y en algunas zonas se intentaba marcar mas y hacerlo mas redondito, colocando bolas de plomo antes de envolver bien apretado al bebé, y hasta hace poco, bolitas de algodón. Hoy el ombligo sirve para otras cosas, incluso médicas, y para colocarse algunas niñas esos horrorosos pinchos llamados piercings, o para guardar las pelusillas de la camiseta, o para gastar bromas como la que hicieron a un primo mío en una travesía marítima que le dijeron que poniéndose una aspirina allí, no se marearía.
Mas en serio se lo tomaron hace años los teólogos al que se les presentaba un problema grave en la representación iconográfica de Adán y Eva, si debían tener ombligo o no. Pero el dicho “mirarse el ombligo” tiene una historia mas bonita y mas profunda. En la iglesia cristiana primitiva y ortodoxa griega, unos monjes contemplativos, los hesicastos, buscaban la comunión con Dios y la lucha por mantener dentro de su cuerpo las cosas espirituales como la mente, usando técnicas de rezos muy sencillos y repetitivos junto con el control de la respiración. Así, inclinados, bajaban la cabeza durante la meditación, como pensando que el centro del alma se hallaba en el centro del cuerpo, en el ombligo, muy importante como el punto de unión con la vida; perfeccionando el método, podían llegar a un estado de éxtasis religioso hasta que su espíritu se hacia impenetrable a todo lo que tuvieran alrededor. Los que observaban a los monjes en esta postura, concentrados en si mismos, con la cabeza baja, solamente se quedaban con la impresión visual de que se estaban mirando el ombligo.
Decid hoy que muchos se miran el ombligo, es una obviedad, pero a los que les falta la meditación, el recogimiento, la espiritualidad religiosa, y Dios.

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